En el Hospital Sparrow de Lansing, Michigan, el personal de emergencias se esfuerza por atender a pacientes que llegan mucho más enfermos de lo que nunca habían visto.
Tiffani Dusang, directora de enfermería en la ER, trata de controlar la ansiedad que le produce ver a los pacientes que yacen en una larga fila de camillas, contra las paredes de los pasillos del hospital. “Es difícil de ver”, dijo con un cálido acento tejano.
Pero no puede hacer nada. Las 72 salas de emergencias ya están llenas.
“Siempre me siento muy, pero muy mal cuando voy por el pasillo y veo a pacientes con dolor, que necesitan dormir, o un poco de tranquilidad. Pero tienen que estar en el pasillo con, como puedes ver, 10 o 15 personas pasando cada minuto”, explicó Dusang.
La escena contrasta con la situación de este servicio de urgencias, y la de miles de otros, al comienzo de la pandemia. A excepción de los zonas calientes iniciales, como la ciudad de Nueva York, en la primavera de 2020 muchas emergencias del país estaban prácticamente vacías.
Aterrorizados ante la posibilidad de contraer covid-19, quienes enfermaban de otras cosas hacían todo lo posible por mantenerse lejos de los hospitales. Las visitas a urgencias se redujeron a la mitad de sus niveles habituales, según la Epic Health Research Network, y no se recuperaron del todo hasta este verano.
Pero ahora, están demasiado llenas. Incluso en zonas del país donde covid no ha desbordado el sistema sanitario, los pacientes llegan a las emergencias más enfermos que antes de la pandemia, sus enfermedades están más avanzadas y necesitan cuidados más complejos.
Los meses de retraso en el tratamiento han exacerbado las enfermedades crónicas y empeorado los síntomas. Los médicos y las enfermeras afirman que la gravedad de las enfermedades es muy variada e incluye dolor abdominal, problemas respiratorios, coágulos de sangre, enfermedades cardíacas e intentos de suicidio, entre otras afecciones.
Pero resulta difícil acomodarlos a todos. Lo ideal es que los servicios de emergencias sean breves puertos en una tormenta, y que los pacientes permanezcan el tiempo suficiente para ser enviados a casa con instrucciones de seguimiento por parte de los médicos de atención primaria, o lo suficientemente estabilizados como para ser trasladados “arriba” a las unidades de hospitalización o de cuidados intensivos.
Pero ahora esas plantas de cuidados prolongados también están llenas, con una mezcla de pacientes de covid y no covid. Quien llega a urgencias queda retenido durante horas, incluso días, lo que obliga al personal a desempeñar funciones de cuidados de larga duración para las que no han sido formados.
En Sparrow, el espacio es un bien valioso en la emergencia: una sección separada del hospital se convirtió en el lugar que acoge al exceso de pacientes. Las camillas se apilan en los pasillos. Una hilera de sillas reclinables marrones se alinean en una pared, destinadas a los pacientes que no están lo suficientemente enfermos para una camilla, pero que están demasiado enfermos para permanecer en la sala de espera principal.
Nada de intimidad, como pudo comprobar Alejos Perrientoz al llegar. Fue a la emergencia porque llevaba más de una semana con hormigueo y dolor en el brazo. No podía sostener una taza de café. Una enfermera le hizo un examen físico completo en un sillón reclinable, lo que le hizo sentir vergüenza por tener que levantarse la camisa delante de extraños. “Me sentí un poco incómodo”, susurró. “Pero no tengo otra opción, ¿sabes? Estoy en el pasillo. No hay habitaciones”.
“Podríamos haber hecho el reconocimiento físico en el estacionamiento”, añadió, soltando una carcajada.
Ni siquiera los pacientes que llegan en ambulancia tienen garantizada una habitación: una enfermera se encarga del triaje, seleccionando a los que necesitan imperiosamente una cama, y a los que se pueden poner en la zona de espera.
“No soporto tener que tomar este tipo de decisiones”, comentó Dusang. Últimamente, el personal saca a algunos pacientes que ya están en las salas de urgencias cuando llegan otros que están más graves. “A nadie le gusta sacar a alguien de la intimidad de su habitación y decirle: ‘Vamos a ponerte en un pasillo porque tenemos que atender a otra persona’”.
Pacientes más enfermos
“Escuchamos a miembros de todas las partes del país”, contó la doctora Lisa Moreno, presidenta de la American Academy of Emergency Medicine (AAEM). “El Medio Oeste, el Sur, el Noreste, el Oeste… están viviendo exactamente la misma situación”.
Aunque el número de visitas a urgencias volvió a los niveles anteriores a la crisis de este verano, las tasas de ingreso, desde las emergencias a las plantas de hospitalización, siguen siendo casi un 20% más altas. Así lo indica el análisis más reciente de la Epic Health Research Network, que recoge datos de más de 120 millones de pacientes de todo el país.
“Es un primer indicador de que lo que está ocurriendo en las urgencias es que llegan más casos agudos que antes de la pandemia”, afirmó Caleb Cox, científico de datos de Epic.
Los casos menos agudos, como las personas con problemas como sarpullidos o conjuntivitis, siguen sin ir a las emergencias tanto como antes. En su lugar, pueden optar por un centro de atención de urgencias o por su médico de atención primaria, explicó Cox. Por otro lado, ha aumentado el número de personas que acuden a urgencias con enfermedades más graves, como accidentes cerebrovasculares o infartos de miocardio.
Por lo tanto, aunque el número total de pacientes que viene a las emergencias es más o menos el mismo que antes de la pandemia, “es evidente que [si soy doctora o enfermero de urgencias] voy a ver más pacientes y con afecciones más serias”, dijo Cox.
Moreno trabaja en un servicio de emergencias de Nueva Orleans. Dijo que el nivel de enfermedad, y la incapacidad de admitir a los pacientes rápidamente y trasladarlos a las camas de arriba, ha creado un nivel de caos que describió como “infrahumano”.
Al iniciar un turno reciente, escuchó llorar a un paciente y fue a ver qué ocurría. Era un hombre parapléjico que había sido operado recientemente de cáncer de colon. Su gran herida postoperatoria estaba sellada con un dispositivo llamado VAC, que extrae el líquido de la herida hacia un tubo de drenaje conectado a una bomba de vacío portátil.
Pero el hombre fue a la emergencia porque el VAC estaba funcionado mal. Sin embargo, el personal estaba tan ocupado que, cuando Moreno llegó, el líquido de la herida goteaba por todas partes.
“Cuando entré, la cama estaba empapada”, recordó. “Quiero decir que estaba tumbado en un charco de secreciones de esta herida. Y lloraba mientras me decía: ‘Estoy paralizado. No puedo moverme para separarme de estas secreciones, y sé que voy a acabar cogiendo una infección. Sé que voy a acabar teniendo una úlcera. Llevo ocho o nueve horas con esto”.
La enfermera a cargo de su cuidado le dijo a Moreno que simplemente todavía no había tenido tiempo de ayudar a este paciente. “Me dijo: ‘He tenido muchos pacientes que atender, y demasiados pacientes críticos. Le he puesto un goteo [intravenoso] a este paciente. Esta persona está conectada a un monitor cardíaco. Pero aún no he tenido tiempo de entrar ahí’”.
“Esto no es un cuidado humano”, dijo Moreno. “Esto es un cuidado horrible”.
Pero es lo que puede ocurrir cuando el personal de urgencias no tiene los recursos necesarios para hacer frente a la avalancha de demandas que compiten entre sí.
“Todas las enfermeras y los médicos muestran el máximo compromiso por hacer lo correcto para cada persona”, señaló Moreno. “Pero debido al gran número de pacientes, la proporción de personal de enfermería por paciente, incluso la proporción de personal médico por paciente, este hombre no pudo recibir la atención que merecía, como ser humano”.
El caso de negligencia involuntaria que presenció Moreno es extremo, y no es la experiencia de la mayoría de los pacientes que llegan las emergencias hoy en día. Pero el problema no es nuevo: incluso antes de la pandemia, el hacinamiento en urgencias había sido un “problema generalizado y una fuente de daños para los pacientes, según un comentario reciente en NEJM Catalyst Innovations in Care Delivery.
“La aglomeración en urgencias no es una cuestión de molestias”, escribieron los autores. “Hay pruebas irrefutables de que la aglomeración en urgencias provoca un daño significativo a los pacientes, incluida la morbilidad y la mortalidad relacionadas con los consiguientes retrasos en el tratamiento tanto de los pacientes de alta como de baja gravedad”.
Y el personal, ya desbordado, se está agotando.
Agotados y escasos
Todas las mañanas, Tiffani Dusang se levanta y revisa su correo electrónico de Sparrow con una única esperanza: no ver otra carta de renuncia de una enfermera en su bandeja de entrada.
“No puedo decir cuántas de ellas [las enfermeras] me dicen que se fueron a casa llorando después de sus turnos”, contó.
A pesar de los esfuerzos de Dusang por apoyar a su personal, muchos abandonan sus puestos abruptamente y no tienen ni tiempo de ser reemplazados. Se marchan para aceptar trabajos mejor pagados como enfermeros itinerantes, para probar un tipo de enfermería menos estresante, o simplemente abandonan la profesión por completo.
Kelly Spitz ha sido enfermera de urgencias de Sparrow durante 10 años. Pero, últimamente, también ha pensado en dejarlo. “Se me ha pasado por la cabeza varias veces”, dijo, pero sigue trabajando. “Porque aquí tengo un equipo. Y me encanta lo que hago”. Y entonces se puso a llorar. El problema no es el trabajo duro, ni siquiera el estrés. Lo que le duele es no poder dar a sus pacientes el tipo de cuidado y atención que quiere darles, y que necesitan y merecen, explicó.
A menudo piensa en un paciente cuyos resultados de las pruebas revelaron un cáncer terminal, dijo. Spitz se pasó todo el día trabajando al teléfono, presionando a los gestores de casos, tratando de conseguir los cuidados paliativos en la casa del paciente. Iba a morir y ella no quería que ocurriera en el hospital, donde sólo se permitía una visita. Quería mandarlo a casa y que estuviera con su familia.
Finalmente, después de muchas horas, encontraron una ambulancia para llevarlo a casa.
Tres días después, los familiares del hombre llamaron a Spitz: había muerto rodeado de su familia. La llamaban para darle las gracias.
“Sentí que había hecho mi trabajo, porque lo envié a casa”, contó. Pero ese es un sentimiento poco común en estos días. “Sólo espero que todo mejore pronto”.
Alrededor de las 4 de la tarde en el Hospital Sparrow, cuando un turno se acercaba a su fin, Dusang se enfrentó a una nueva crisis: el turno de la noche estaba más escaso de personal de lo habitual.
“¿Podemos conseguir dos enfermeras de hospitalización?”, preguntó, con la esperanza de que le prestaran dos enfermeras de una de las plantas superiores del hospital.
“Ya lo he intentado”, respondió el enfermero Troy Latunski.
Sin más personal, va a ser difícil atender a los nuevos pacientes que lleguen por la noche, desde accidentes de tráfico hasta convulsiones u otras urgencias.
Pero Latunski tenía un plan: Se iría a casa, dormiría unas horas y volvería a las 11 de la noche para trabajar en el turno de la noche en una unidad de emergencias desbordada. Eso significaba que tendría que atender a ocho pacientes, él solo. Con sólo unas pocas horas de sueño. pero últimamente esa parecía ser su única, y mejor, opción.
Dusang lo pensó un momento, respiró hondo y asintió. “De acuerdo”, dijo.
“Vete a casa. Duerme un poco. Gracias”, añadió, lanzando una sonrisa de agradecimiento a Latunski. Y luego giró, porque otra enfermera se acercaba a ella con una pregunta urgente. Empezaba la siguiente crisis.
Este reportaje forma parte de una colaboración que incluye a Michigan Radio, NPR y KHN.
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